domingo, 19 de julio de 2009

Top Model


pintura by Juan Marino
Para llevarse el mundo por delante simplemente había que ponerse arriba de él, como si no importara nada más y a ella, a Lucía, no le importaba nada mas, tenía todo lo que quería.
Sus detractores la acusaban de idiota, de inútil, de prostituta y ella les gritaba a la cara, resentidos, envidiosos. Se morían por tener la mitad de dinero que ella tenía y no llegaban ni a la cuarta parte.
Su carrera había resultado meteórica. La rubia de cara angelical y cuerpo endemoniadamente bello había llegado a ser tapa de todos los medios locales en poco tiempo. Le bastaron algunos romancetes armados con galanes del momento y mostrar las tetas en una revista de prestigio internacional para consagrarse.
Ella se movía a gran velocidad, todo era vertiginoso y si algo en su vida se volvía lento, lo descartaba y ese día en particular estaba retrasada.
La hora apremiaba. Ella inmóvil, escuchando la explicación del farmacéutico: “No puedo venderle la medicación sin prescripción médica”.
Más loca que nunca, se retiró sin antidepresivos al desfile. Una vez mas llegó tarde, haciendo caso omiso a los gritos de su representante y regalando sonrisas falsas a algunas de sus colegas.
Puta, le susurró una de las más antiguas del staff, seguramente envidiando a la joven promesa que entre otras tantas cosas, supo quedarse por algunas noches con uno de los antiguos hombres de la veterana modelo.
Las luces empezaban a apagarse y la música sonaba por parlantes a volumen alto.
La gente estaba acomodada en sus butacas, aguardando el inicio del desfile. Daba curiosidad saber a que tipo de persona se le ocurría presenciar semejante espectáculo, que a lo bruto, no era otra cosa que chicas con poca ropa, caminando y dando una vuelta.
En la primera fila se sentaban los VIP, que en general eran empresarios comportándose como si hubieran asistido a un remate, en el cual dar mas, era llevarse a las chicas más codiciadas.
A Lucía le tocaba la pasada inaugural. Estaba a un paso de la consagración y esa idea le crispaba los nervios. Encima ese farmacéutico moralista no le había vendido la pasta.
Los aplausos la aturdían, al igual que el viejo sentado adelante que la miraba con ganas. Uno de los reflectores apuntaba directamente a su frente y su coreógrafo asignado, le gritaba: Derech, uno, dos tres, derech.
Cuando apoyó el pie, terminando de dar el primer paso, un dolor agudo se disparó en su cabeza y al comenzar a dar el segundo, un zumbido le perforó el tímpano. Al tiempo que caía, la boca se le torció. El sonido del golpe, lejos de ser estruendoso fue suave, un pequeño resonar de la madera.
Quedó arrodillada, pero inconsciente. El viejo de la primera fila le tocó el culo.
Un día y medio tardó en estabilizarse. Le causaba risa la voz del doctor diciendo la palabra derrame cerebral, pero le daba miedo cuando explicaba en detalle su diagnóstico.
Le había recomendado a Lucía que se aleje de las pasarelas para siempre. De todos modos la comisura derecha del labio le había quedado fuertemente inclinada hacia abajo, motivo suficiente para que ningún representante la vuelva a considerar icono de belleza, ni siquiera en Dubai, donde las modelos usan una túnica que les cubre gran parte del rostro.
El doctor la sermoneaba como si fuera un maestro retando a un alumno: “Tiene que evitar situaciones tensionantes y por sobre todas las cosas debe subir de peso de manera inminente. Los resultados de los análisis de sangre y orina son lamentables. Debe comer carne, harinas y grasas. Todo lo que le prohíbo a la mayoría de los pacientes lo debe comer usted”.Tenga en cuenta que soy ovolacteo vegetariana por convicción religiosa.
Mire, la interrumpió el médico, yo pondría en su lista de prioridades la ingesta de carne y queso. Entiendo que en la India no coman vacas por ser sagrada, pero no es casualidad que un hindú adulto no pese mucho mas de 40 kilos, bromeó.
Usted mide casi un metro ochenta, debería superar por mucho los 60 kilos.
Que horror, igual doctor, sushi como, que es carne.
Disfrute señorita, cómase un churrasco, una milanesa, una pizza.
¿Tiene hambre doctor? Preguntó Lucía antes de retirarse.
Caminó las 6 cuadras que la distanciaban de su casa, a paso rápido. Le costaba tomar conciencia que su vida había mutado, que estaba a años luz de ser la que era un par de días antes, sin embargo algo intuía. La gente que antes se paraba a saludarla ahora la miraba diferente, ella persistente como era, sonreía. Se había olvidado que su boca estaba torcida. Sin duda, el gran castillo de naipes, había caído.
Sentada en un sillón de cuero negro, miraba fijo el botón de luz intermitente del contestador telefónico que indicaba que tenía llamadas pendientes por escuchar.
Le daba miedo oírlas. Sus dos últimos días fueron duros y ahora estaba en una especie de limbo como esperando una sentencia. Algunos de esos mensajes, podían llevarla al infierno. Por lo menos eso suponía Lucía.
El dedo anular presionó el play. Siempre le llamó la atención a sus amistades, que ella use el dedo del medio para presionar objetos, en lugar del índice.
“Hola linda soy Dalmi tu representante. Bueno sigo muy consternado por lo que te pasó. Si surge alguna propuesta para trabajar yo te aviso. Por lo de tu boca torcidita, sabe que está difícil, viste el medio como es, pero aunque sea en Dubai. Bueno te llamo. A con respecto al pago de tu último desfile, sabe que no se te va a abonar porque no terminaste la pasada. Adiós”.
Lucía empezó a sentir una furia que presionaba en su pecho, empujaba, como buscando salir.
Una voz anciana sorprendió en el segundo de los mensajes. “Hola Lucía posiblemente usted no sepa quien soy. Mi nombre es Julio y estaba sentado en primera fila en el accidentado desfile de la semana pasada. Quiero dejarle mi número telefónico para que cuente con migo en lo que necesite.
Soy una persona de pocas palabras, pero de acción. Yo puedo cubrir todos sus gastos y muchos mas”. Espero su respuesta 4805-0936.
La furia seguía apoderándose del pecho y empezaba a desparramarse por otras partes de su cuerpo. Viejo asqueroso, dijo en voz alta.
Hola, soy Darío el farmacéutico, da la casualidad que vivo en tu edificio. Disculpá que no te vendí el medicamento la vez pasada, pero son las reglas. Me enteré lo que te pasó y simplemente, visto que somos vecinos, quería solidarizarme. Besos. Mi número es el 4744-1966.
Lucía gritó con furia y luego esperó en el silencio, su calma. Marcó el teléfono
¿Darío?
Si
A mirá soy Lucía y desde ahí la muchacha dio inicio a un monólogo impidiendo por medio de una acentuación fuerte de algunas palabras, ser interrumpida. Todo lo que me pasó es culpa tuya que sos más papista que el papa. Esa medicación me hacía falta y vos me la negaste. La voz que subía de tono y rozaba el grito, fue interrumpida por un nuevo desmayo.
Abrió los ojos y vio tres cabezas: La del médico, la del portero y la del farmacéutico.
Darío al no notar respuesta del otro lado del tubo, le pidió la llave al portero y este último llamó al médico.
El encargado se retiró de inmediato.
El doctor le volvió a advertir a la dama que intente descansar y que evite ponerse nerviosa. Le pidió a Darío que la cuide, que le compre una pizza y se retiró.
¿Vos llamaste al médico? Preguntó ella.
Si, respondió el farmacéutico.
Lucía le agarró la mano. Gracias, dijo
De nada.
Y ella lloró.
Le pidió sin hablar que se siente a su lado, golpeando el sillón repetidas veces con la palma de su mano.
Él obedeció y ella acurrucada, se acostó apoyando la cabeza sobre su regazo.
Hora y media después, Lucía despertó y miró al farmacéutico.
Lo besó en los labios y le agradeció el gesto de salvarle la vida de la única manera que sabía agradecerle a un hombre. Se arrodilló frente a él y dirigió su cabeza a la bragueta de Darío.
La acción continuó en el cuarto.
Poco tenían en común, con una excepción, ninguno de los dos quería que terminara la noche. Si bien para él, ella era una tonta sin corazón, se sentía sumamente atraído por su belleza. Todos sus movimientos eran sensuales. No podía dejar de mirarla, le producía felicidad.
A ella, él, le parecía espantosamente aburrido y normal. Lo asociaba a esa vida mediocre de la que rehusó siempre, sin embargo, por alguna razón que desconocía, su compañía, le producía una sensación de paz, de calma, de bienestar. Se sentía protegida. Asociaba el sentimiento a una frase que decía seguido su madre: “Hay cosas que alimentan el espíritu” y ese día lo había colmado.
Desayunaron jugo de naranja que el mismo preparó. La dueña de casa hizo las tostadas; con dulce de leche para él y mermelada diet para ella.
Darío se fue.
Volvió a sentarse en el sillón. Fue un esfuerzo enderezar la mueca de su boca para quitarse la sonrisa.
En su mente se sucedieron una serie de preguntas que la ayudaron a ponerse seria.
¿Qué hago ahora se preguntó? ¿Cómo continúo mi vida? ¿Me vuelvo una secretaria? ¿Renuncio al lujo? ¿Al vivir de famosa? ¿Tengo una vida como cualquiera? ¿No viajo más a Europa? ¿Tomo colectivos? ¿Me convierto en ama de casa con hijos? ¿Aprendo a cocinar? ¿Me compro un libro de autoayuda? ¿Me vuelvo mi madre, aburrida, semi pobre y mediocre? Ser feliz es bueno, pero a que precio.
Levantó el teléfono: ¿Hola Julio, vos sos el hombre que estaba mirándome desde la primer fila?
Si Lucía.
Quiero que me invites a cenar.
Será un placer, vamos a ir al más lujoso de los restaurantes.
Es exactamente a donde quiero estar.

3 comentarios:

juvina dijo...

clap clap clap plop!
excelente! estaré en la primera fila, esperando otra historia. gracias por compartir!

Unknown dijo...

Muy bueno Ale, me encanto!!!

Marina C dijo...

"...Nadie tiene deseos de hablar del amor si no es por alguien..." (R. Barthes) Enhorabuena, ya eres un hombre enamorado.