martes, 11 de agosto de 2009

O reventar

Espero comentarios -No está basado en un caso real, no creo en la ouija-

O reventar

Alejandro la amaba con toda el alma, era sus ojos, su guía, su fuerza, su eje.
No fue lo mismo para él cuando la vio por primera vez y menos aún lo fue cuando dejó de verla para siempre.
Esa rubia hermosa lo cambió todo, sacudió los cimientos, los derrumbó y en ese nuevo espacio, construyó algo inmensamente superior, un mundo nuevo.
Él había crecido a su lado y temía dejar de hacerlo ahora que ella estaba por partir.
La tenía agarrada de la mano y sentía como la de ella se deslizaba hacia abajo. Sabía que soltarla era dejarla caer y por eso la apretaba con fuerza.
La enfermedad había avanzado rápido. Era un animal hambriento adentro de su cuerpo, alimentándose de Inés en forma voraz. A los pocos días ya no quedaba que comer.
Cuando llegó el momento Alejandro vio el brazo de su amada caer. No rebotó en la cama. Quedó quieto.
La casa era más grande de lo que creía. Recorría los pasillos, las salas y el jardín. Miraba las flores, las olía y por sobre todas las cosas la buscaba.
Inés le había dicho al enterarse de su enfermedad, que ella siempre iba a estar, que era capaz de volver a nacer para acompañarlo.
El la esperaba, se sentaba en la silla y se ponía de pie. Repetía la rutina de caminar por cada rincón y siempre con el mismo resultado. No había nadie más que él con su soledad. Una y mil veces, él con su soledad.
Un día gritó el nombre de ella y ni el eco fue capaz de responderle.
Inés había creído en muchas cosas. Creía en varios dioses, incluso en algunos que pertenecían a religiones diferentes, creía en Cristo, en lo extrasensorial, en ocasiones se autodefinía hinduista y a veces le rezaba a Gilda. Por sobre todas las cosas creía en los amores eternos y que para estos amores la muerte solo era un obstáculo pero no más que eso.
El no creía en varios dioses, no creía en Gilda, no creía en nadie, pero con todas sus fuerzas quería hacerlo. Quería creer que ella iba a volver. Buscaba señales en todas partes incluso y sobre todo donde no las había.
Sus amigos le advertían de la imposibilidad del regreso y sin embargo el continuaba la búsqueda.
Si el viento soplaba fuerte en la oscuridad, él esperaba escuchar en el silbido la dulce voz de Inés, si el empapelado rojo del estudio que ella había usado de oficina se desprendía, él entendía en el crujido alguna forma de comunicación desde el mas allá, si un vaso se rompía, si una luz dejaba de funcionar, si una rama de un árbol del jardín se quebraba, si una flor se marchitaba o una nacía, el buscaba que, suponía que o esperaba que.
Te estás haciendo daño a vos mismo, dejala ir, no te aferres de esa manera, le aconsejaban.
Su esposa le había contado una tarde de verano, estando de vacaciones en una playa de la costa que en un libro que hablaba sobre diferentes religiones y cultos, había leído sobre la posibilidad de reencarnar. Si una persona al morir, tenía en la tierra un ancla, es decir un amor infinito hacia otra persona del cual aferrarse, el fallecido podía no solo volver a nacer, sino reencontrarse con su amado a un nivel de semi conciencia. Este proceso, según el grado de maduración espiritual de la persona, tardaba aproximadamente 14 días.
Alejandro recogía señales como si fueran semillas esperando cosechar los frutos. Ya habían pasado 2 meses desde la muerte de su amada pero él no había pensado en rendirse.
Grande fue su emoción al observarlo. Un gran camión de mudanzas estacionaba en la casa de enfrente. ¡Que señal tan clara! Alguien venía. Su cielo se despejaba aún mas cuando la que entraba a ocupar la casa era una hermosa joven. ¡Clarisimo, mi Inés volvió!, con otra forma quizás pero volvió.
Alejandro miraba emocionado desde la ventana como las cajas, canastos y bolsas bajaban del camión. Se frotaba las manos, los ojos, estaba exultante.
Cuando ya no hubo nada más por mover y el camión se retiró, Alejandro cruzó, golpeó la puerta y se presentó. Le habló del destino, del amor, de lo eterno. Le habló de señales, de religión y el infinito.
Ella escuchó paciente y esperó a que los labios de Alejandro dejen de moverse. No considero que voz seas mi destino, mi destino hoy es estar sola.
Él se fue, el aire estaba particularmente cálido esa tarde. Me estas abrazando Inés, imaginó.
La vecina cerró la puerta y pensó: “No es ahora el momento de estar juntos, tal vez en otra vida, tal vez en otra vida.

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